Dicen que hay un edificio en Málaga
donde el ascensor habla: “Este ascensor sube, planta tercera”. En esa planta hay dos despachos donde siempre encuentro a tres
personas que son como una pequeña familia para mí.
Esta es la historia de la tercera
planta...
Mi trabajo tiene dos cosas claras, al
menos desde que estoy en este mundillo; la primera es que nunca vas a
ser rica y la otra es que te dará igual porque es el trabajo más
bonito del mundo.
Con lo que no cuentas es con las
personas que encuentras en el camino.
Cuando llegué a Málaga hace un año y
medio, estaba a trozos, sin fuerzas.
Unos meses después de morir mi padre
me ofrecieron trabajo en Mijas y ahí estaba Chary para convencerme.
Chary es mediadora como yo, de hecho empezó el mismo año que yo,
sólo que ella en Málaga y yo por las islas. Ama su trabajo, algo
que comparto totalmente y ella lo sabe. Cuando vio la oportunidad de
engancharme cerquita no lo dudó. Creo que no estaría aquí a día
de hoy si no fuera por ella, por cómo me animaba, “Málaga está
creciendo, yo te quiero aquí conmigo, compi”. No podía creerme
que fuera a tener una compañera de verdad, es decir, otra mediadora
en la misma ciudad con la que desahogarme y compartir dudas, avances,
cualquier cosa...me parecía tan increíble. Pero Chary es mucho más
que una compañera, es una amiga, una sonrisa en los días buenos y
un abrazo en los malos, y viceversa también, es mi fuerza cuando
estoy débil y no sé cómo agradecérselo cada día.
El día que llegué por primera vez a
trabajar en la delegación de la ONCE de Málaga, no sabía muy bien
dónde ubicarme. Había faltado mi usuario a clase por primera vez y
estaba totalmente perdida. Llegué a la tercera planta presentándome
a todo el que me encontraba. Y allí estaba Natalia, sonriente como
siempre. Natalia es una de las trabajadoras sociales de ONCE y,
además, es la coordinadora de los casos de sordociegos adultos en
Málaga, así que trabajamos con ella tanto Chary como yo, y puedo
decir que es la mejor coordinadora que me he cruzado en estos años,
profesional y cercana al mismo tiempo. Aquel día me ofreció un
despacho al lado del suyo que estaba vacío, “Chary se pone aquí”.
Ahora, con el tiempo, analizo la situación y qué debió pensar de
mí en aquel momento porque me faltó hacer una fiesta para inaugurar
el despacho. “¿Un despacho para mí?”, no sé cuántas tonterías
pude decir con la excitación de pensar en un despacho propio (duró bien poco, por cierto). Le pedí que me hiciera fotos sentada en
el escritorio, y ella tan natural y feliz. Su cariño desde el primer
día me emocionó. Natalia es ese abrazo fuerte al
marchar que hace que siempre tengas ganas de volver.
Poca gente sabe que justo después de
aceptar el trabajo en Mijas, nada más colgar el teléfono, lloré.
Lloré sin parar durante horas. No podía hacerme a la idea de dejar
Alcañiz para siempre. Entre la pérdida de mi padre y el cambio de
vida estuve triste durante meses. Aparentemente bien pero realmente
rota día tras día.
Una mañana estaba en la ONCE y Chary
me invitó a desayunar con Ricardo, otro compañero de la maravillosa
tercera planta. Ricardo es especialista en integración laboral.
Perdió la vista de joven, a veces me siento muy egoísta al pensar
que esa oscuridad que le ha tocado nos da luz a los demás, a mí
cada vez más. Aquel día estábamos charlando entre cafés, pitufos
malagueños y zumos de naranja natural. La conversación no recuerdo
de qué iba, la verdad, pero lo que nunca se me olvidará en la vida
es cuando me dijo “Arantxa, ¿estás triste, verdad? Te noto
triste”. Tuve que aguantar el nudo en la garganta como pude
mientras le explicaba un poco mi situación: la muerte de mi padre,
dejar Alcañiz, la deuda de la herencia... Aquel hombre que no sabía
nada de mí, era capaz de verme como nadie lo había hecho nunca,
debajo de cada capa, desmontándome. Único. Ricardo es esa voz que
me da paz, esa conversación que no acabarías nunca si pudieras,
esas risas mañaneras.
Cuando llegué a Málaga hace un año y
medio, estaba a trozos, sin fuerzas.
Cuando llegué a Málaga me encontré
con tres personas que no esperaba, tres ingenieros del alma que, sin
darse cuenta ni tan siquiera intentarlo, me fueron reconstruyendo
poco a poco. Con cada desayuno, cada reunión, cada cerveza antes de
ir a casa, cada “comida de empresa”, y, sobre todo, con cada
abrazo día tras día.
Son mis compañeros, mis amigos, y mi
familia de la tercera planta.
GRACIAS SIEMPRE, OS QUIERO.
Mi mano y la de Chary |
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